sábado, 31 de enero de 2009

Alejandro Dumas padre
describe la ciudad de Granada
el primer día de su estancia
en Noviembre de
1846

Oleo de Alejandro Dumas padre con vestimenta árabe

"Empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor
y es el de volverla a ver".

Alejandro Dumas padre

El 25 de noviembre de 1846 llegaba a Granada, procedente de Jaén, un grupo de seis viajeros románticos franceses.

El grupo estaba constituido por Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, que venían acompañados de Augusto Maquet, colaborador de Alejandro Dumas padre, conocido en París como "el negro indispensable", el escritor Eugen Giraud y los pintores Adolfo Desbarolles y Luis Boulanguer.

Alejandro Dumas padre describe en su libro de viajes “De París a Cadiz’’ los cuatro días de la estancia en Granada que vivieron en la antigua Casa de Pupilos de Pepino, en la calle Silencio.

De su entrada en Granada indica:

"Al contrario que las demás ciudades españolas, Granada
adelanta algunas de sus casas para recibir al viajero".

Existen unas muy curiosas anécdotas del literato francés sobre su visita al país.

Antes de llegar a España, Alejandro Dumas padre le envió a un conocido jefe de bandoleros de Despeñaperros, un talón de mil francos para que preparase una emboscada sin mayor perjuicio ni pérdidas de vida, como una anécdota más del viaje.

El bandolero le contestó que ya había cerrado el negocio con otros viajeros, pero del recibo del talón mandaba justificante. La carta y el recibo figuran hoy en el archivo de la Biblioteca Central de la Universidad de La Sorbona.

Estando ya en Granada hubo un suceso que determinó la duración de la estancia en Granada de estos seis viajeros románticos.

En la vivienda del pintor francés Couturier, al que hicieron dos visitas, con el deseo de dibujar a los bailaores en el patio su casa, unos “chaveas” (chiquillos) los apedrearon, desde una casa cercana, propiedad del pintor Contrarias y a Alejandro Dumas hijo le dieron una pedrada en la cara, "y éste se había lanzado a buscar la venganza, irrumpiendo en la casa del pintor Contrarias con otros miembros del grupo’’.

Fueron acusados de "haber violado un domicilio tranquilo", siendo llevados a comparecer ante el corregidor de Granada, que ordenó al jefe de policía iniciara averiguaciones del suceso. Según refiere Dumas, hasta el mismo Capitán General acabaría tomando cartas en el asunto, por lo que los extranjeros tuvieron que planear escapar de la ciudad durante el proceso de investigación, amparándose en la oscuridad de la noche.

Armados con "fusil al hombro y cuchillo al cinto", tomaron dirección a la puerta de Córdoba, donde previamente habían quedado con los muleros de la diligencia.
En el trayecto en su huida por la ciudad se toparon con "tres gendarmes", estando dispuestos a luchar para irse, si ello era necesario.

Dumas padre cuenta que asumió "el mando general de las fuerzas del ejército", formado por seis franceses, pero no hubo ocasión para llegar a las armas porque los agentes "sólo querían beber a la salud del Capitán General, sin duda, un vaso de manzanilla", en una posada cercana, situada en el mismo camino que llevaban los viajeros.
El libro de viajes que se publicó en 1846 en París, apareciendo ediciones en Londres, Berlín, Florencia y Málaga en los años siguientes.

La descripción de Alejandro Dumas padre que se recogió en su libro de viajes ''De París a Cádiz'' dice así:

Foto de Alejandro Dumas padre, hacia 1949

Granada, 25 de noviembre de 1846

Granada, más deslumbrante que la flor y más sabrosa que el fruto del que toma su nombre, parece una virgen perezosa que lleva tumbada al sol desde el día de la creación, sobre un lecho de brezo y de musgo, protegido por una muralla de cactus y de áloes ; por la noche se duerme alegremente con las canciones de los pájaros, y, por la mañana, se despierta sonriente con el murmullo de sus cascaditas. Dios, que la quería más que a todas sus hermanas, le hizo una corona que hasta los ángeles envidiarían, una corona que no se marchita jamás, y en la que, por la noche, se confunden las estrellas del firmamento en un himeneo misterioso y perfumado, que se llena de tantas esencias que, cuando al despertar, la virgen agita su frente a las primeras brisas de la mañana y a los primeros rayos del sol, los viajeros que pasan por las castillas vecinas se detienen y se preguntan de dónde vienen esos perfumes desconocidos y casi celestiales; pero Granada era mujer y por lo tanto coqueta. No creo que intento atacar ni a la coquetería de la inteligencia, y, aunque un ligero vestido de una completa blancura sea el adorno que nos fascina a monsieur Placard y a mi, no repudio un cierto gusto por esas adorables flores artificiales que, durante ciertas épocas del año y durante ciertos años de la vida, se ve obligada a utilizar la mujer para suplantar a las flores naturales que le faltan.
Desgraciadamente, Granada estaba tendida sobre una colina, de modo que los curiosos podían descubrirla desde lo lejos sin ser vistos, y sorprenderla el mejor día en el baño, como a Susana. Por casta que sea la mujer, cuando es de natural perezoso, no puede girarse castamente en la cama; creyéndose sola, enseña el brazo un poco más arriba del codo y el pie algo más arriba del tobillo; los cabellos pueden soltarse de golpe y, al haber un gesto brusco para detener el torrente de oro o ébano que inunda sus hombros, no se da cuenta de que se rasga una esquina de la tela y que el seno blanco y redondeado asoma por el velo desgarrado. Y ¿ que impide que en ese momento un amante sin duda ignorado, pero sin embargo presente, aproxime sus ojos a alguna abertura indiscreta de la roca o a algún claro del bosque y que, dudando todavía de la belleza de la codiciada, haya estado esperando esa imprudencia para convencerse y esa convicción para actuar?,¡ Ay!, señora , eso es lo que le ocurrió a Granada.
La desgraciada muchacha se abandonaba pues sin escrúpulo ni vergüenza a todos los caprichos de su espíritu antojadizo y voluble con esa ignorancia de la virginidad que dobla el peligro de las vírgenes; pero esa inocencia a pleno sol debía traer tarde o temprano alguna terrible catástrofe, y la Lucrecia andaluza, como la Lucrecia romana, debía perderse por lo que ella creía que debía protegerla. Allende Granada estaban los mares y allende los mares estaban los moros. Dado que los moros han sido siempre los hombres más disolutos del mundo, necesitaban siempre un serrallo de ciudades para sus serrallos de mujeres; y , al ponerse de puntillas divisaron a Granada que, al no saberse vigilada, hacía todo lo que una muchacha ingenua puede hacer, y, de repente, se adueñó de ellos un gran amor por la virgen española.
Los moros ejecutan sus deseos casi en el mismo momento en que se les antojan y un buen día en que la pobre niña dormía la siesta, según su costumbre, se abalanzaron como verdaderos buitres del Atlas sobre la pobre paloma de la sierra y construyeron una muralla toda erizada de bastiones alrededor de su casto nido de musgo. Granada gritó, lloró, se defendió, quiso morir, pero para gente tan experta en amores como los malvados sarracenos , toda oposición no era más que una resistencia afirmativa; y, como amantes sensatos y seductores ingeniosos que eran, no pidieron nada a su nueva amante sin antes haberla encadenado con un magnifico presente. Por eso, se pusieron inmediatamente a cincelar dos joyas llamadas la Alhambra y el Generalife. Al ver tan espléndido don, Granada hizo lo que hubiera hecho cualquier mujer, inclinó la cabeza, pero al inclinar la cabeza sus ojos se posaron sobre el Genil. Casualmente ese día el Genil llevaba agua. Granada se vio con su nuevo ornamento y se ruborizó de vergüenza según algunos, porque, siendo pobre como era, Granada no podía adornar su frente más que para esconder de ese modo una mancha; de placer, dicen otros, porque, siendo como hemos visto coqueta, una diadema tan maravillosa debía quitarle los remordimientos , puesto que la dejaba sin rival.
Y ocurrió que, cansada de luchar, se recostó sobre sus cojines un poco menos virgen, pero un poco más bella. Y todo lo que hoy podemos decir, aquellos que no pasamos por moralistas, es que la deshonra le sienta, a ella como a muchas otras, a las mil maravillas.

Firma de Alejandro Dumas padre

Bruno Alcaraz Masáts