domingo, 15 de marzo de 2015

Voltaire y su Diccionario filosófico:
Los Últimos Moriscos de "El Alpujarra"




François Marie Arouet, más conocido como Voltaire
París21 de noviembre de 1694 –París, 30 de mayo de 1778)


En el Diccionario filosófico, Voltaire define a la historia como «el relato de los hechos que se consideran verdaderos» y la fábula como «el relato de los hechos que se consideran falsos».

Bajo el tema "Gobierno", el filósofo francés Voltaire recogió en su Diccionnaire Philosophique (volumen 19 - páginas 297 y 298) como, durante el reinado de Felipe II, fue descubierto un valle escondido "entre Pitres y Pórtugos, en El Alpujarra", donde el único acceso posible se hacía a través de unas cuevas retiradas de los senderos de paso común de la ruta de la seda granadina, que recorría estas zonas de montaña y la capital del Reino de Granada.

Allí, según indica Voltaire, habitaba una comunidad de nativos, felices, pequeña en número, pobres y humildes. Tenían un idioma raro, que asegura, según la información oral que recibió, era derivado del cartaginés.

Desde tiempos remotos era adoradores de un ídolo de Hércules, al que ofrecían miel, leche y frutas, pero desconocían la existencia de la religión cristiana del Nuevo Evangelio de Hispania y de la judía del Antiguo Testamento de Sefarad, así como de la musulmana de El Corán en al-Ándalus, las tres religiones denominadas "Del Libro", con presencias milenarias en todo el territorio peninsular.

Les descubrió una persona que era familiar de un miembro de Tribunal de la Inquisición de Granada y fue el Gran Inquisidor, al tener conocimiento de ello, quien ordenó que se les quemara sin más indagación que la referente a los nombres, lo cual , según consta en el legajo SPG-1.4253-RG de la Universidad de La Sorbona, se hizo 19 días después, cuando allí llegó una misión inquisitorial compuesta por 3 dominicos, escoltados por tropa armada, y unos hermanos legos cuya habilidad mayor era la capacidad de organizar varias "hogueras de Nuestro Señor, en el tiempo de 7 oraciones".

Comenta Voltaire que la causa de ello no era otra que el simple hecho de que nunca habían pagado impuestos al Estado y que "desconocían la ley del dinero y la palabra del Evangelio".


Texto escrito por Voltaire sobre "El Alpujarra"
en su
Diccionario Filosófico:


GOBIERNO. Algunos de mis lectores sabrán que en España, cerca de las costas de Málaga, descubrieron en la época de Felipe II una reducida población, hasta entonces desconocida, escondida en la fragosidad de las montañas de El Alpujarra. Esta cordillera inaccesible está entrecortada por valles deliciosos, y lo que quizás ignoran mis lectores es que, en la actualidad, todavía cultivan esos valles los descendientes de los moros que obligaron a la fuerza a ser cristianos o aparentar que lo eran.

La referida población habitaba un valle al que sólo se podía llegar atravesando cavernas, y que estaba situado entre Pitres y Pórtugos, en El Alpujarra. Sus habitantes eran casi desconocidos por los moros y hablaban una lengua que no era española ni árabe, que creyeron derivada del antiguo cartaginés. Esa población apenas se multiplicaba. Hay quienes dicen que eso era debido a que los árabes de su vecindad, y antes que éstos los africanos, raptaban las jóvenes de ese poblado.

Ese pueblo miserable, pero feliz, nunca oyó hablar de la religión cristiana ni de la hebrea; conocía algo de la de Mahoma, pero no hacía ningún caso de ello. Desde tiempo inmemorial venía ofreciendo leche y frutas a una estatua de Hércules: en esto consistía toda su religión. Esos hombres desconocidos no eran muy laboriosos y vivían en estado de inocencia, pero llegó un día en que los descubrió un familiar de la Inquisición. 


El gran inquisidor ordenó que los quemaran a todos en las hogueras y éste fue el único suceso de su historia. Las razones poderosas que tuvo el gran inquisidor para dictar tan inhumana sentencia fueron que esos infelices no habían pagado nunca el impuesto, que por otra parte nadie les había pedido que pagaran, y además desconocían la moneda, ninguno tenía la Biblia y nadie los había bautizado. Declarados brujos y herejes, sufrieron el castigo que a éstos se imponía. Este es el peor modo de gobernar a los hombres. 


Diccionaire philosophique
Volumen XIX – Páginas 297 y 298
Voltaire

(Capileira, en el barranco del Poqueira y Sierra Nevada al fondo)

En su artículo titulado "La invención de La Alpujarra", recoge Roland Baumann que lo irónico de Voltaire es que ubicaba su narración durante la época en que las tropas de Felipe II perseguían en la zona a los últimos moriscos, exterminándolos masivamente en su último refugio: las cuevas.

Voltaire en 1718, pintado por Nicolas de Largillière

Aún así, recoge Voltaire que la agricultura de la seda de "El Alpujarra", como la denomina, era un cultivo propio de los descendientes de musulmanes conversos por causa de la fuerza y no de la libre voluntad de elección, pero no recoge la expulsión de los moriscos en el siglo XVII, dato éste que si se consigna en el legajo de La Sorbona.

Bruno Alcaraz Masáts
Publicado en el boletín nº 2 - Abril 1998- de la Asociación Cultural Medina Andalusí.

viernes, 6 de marzo de 2015

El Voto de Tinieblas en la Edad Media:
El Emparedamiento en
las Comunidades De Monjas.



El monasterio de Santa Isabel la Real, en Granada, fue fundado por la reina Isabel la Católica por la Real Cédula de 15 de Septiembre de 1501 para establecerse en la Alhambra, pero la reina Isabel ordenaría su traslado al palacio de los Reyes Moros, que había sido cedido por ella y su esposo a su Secretario D. Hernando de Zafra, al que compensaron con otros edificios en la Carrera de Darro.

Situado en la otra margen del río Darro, en la parte alta del barrio de El Albayzín, el palacio de Dar al-horra o Casa de la Reina, fue la última vivienda de Fátima o Aixa, la madre de Boabdil, el rey Chico, era la reina repudiada por el rey Muley Hacen.

En 1057 era el palacio del rey Badis, y en su interior fue asesinado por las turbas su visir judío Ibn Nagrela. De la belleza del palacio quedan las palabras de Ibn al-Jatib, quien lo describió como "algo sin semejante en tierras de musulmanes ni de infieles".

El llamado voto de tinieblas o emparedamiento en vida era un castigo medieval que permaneció como tradición aplicable en España hasta el siglo XVII y no fue privativo de una zona concreta, dado que era una práctica medieval muy extendida en toda Europa y que se daba en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Valencia y en Granada, entre otras ciudades españolas, así como en Lisboa, en Rennes, en Lyón, en París, en Génova, en Florencia y en los muros de Roma; si bien, como atestigua Escolano, a partir del Sínodo del obispo Ayala, en 1693, se prohibió tal práctica, que desaparecería definitivamente 74 años mas tarde.

Existieron dos tipos de emparedamiento:

Uno era aquel que, con carácter de castigo, se impuso a determinadas mujeres por sus faltas y delitos cometidos, nada nuevo en la historia si recordamos el caso de las sacerdotisas vestales que en la Antigüedad eran encerradas al haber perdido su virginidad.

El otro tipo se daba en el caso de las mujeres que voluntariamente, con autorización de sus familiares y superiores, decidían adoptar este tipo de vida penitente. Éstas, se retiraban en limitados recintos, a veces en la parte exterior de las Iglesias Parroquiales, dedicadas a la oración y vida contemplativa, manteniéndose con una parca comida que se les suministraba a través de una rejilla. Eran las mujeres beguinas o místicas.

La catedrática de Historia Medieval, Milagros Rivera Garretas, las define así:

"Es una forma de vida inventada por mujeres para mujeres."
"Quisieron ser espirituales pero no religiosas.
Quisieron vivir entre mujeres pero no ser monjas.
Quisieron rezar y trabajar, pero no en un monasterio.
Quisieron ser fieles a sí mismas pero sin votos.
Quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida
ni, tampoco, en la herejía.
Quisieron experimentar en su corporeidad pero
sin ser canonizadas ni demonizadas"

En Granada hay constancia de que hubo emparedadas en las parroquias de San Gil y de Santa María Magdalena, llamada de "los asturianos", ambas hoy demolidas, así como en las iglesias parroquiales del Perpetuo Socorro (sor Ana Bueso), de San Antón (sor Carmen Gaitán), del Salvador (sor Clara Montalbán), situada en el Albayzín, así como en la antigua ermita de San Antón, demolida hoy, situada en la avenida de Cervantes, donde estuvo sor María Toledano, que permaneció emparedada en oración 27 años, como atestiguan las doblas y aniversarios fundados en cada parroquia para mantener a las emparedadas de Granada; en Guadix fue célebre sor Beatriz, que se recluyó en una cueva 32 años y tenía fama de santa y milagrera.

El acuerdo del Consell de la Ciudad de Valencia del 11 de agosto de 1531 por el que se concede a Quiteria de Mora, emparedada, facultad para tomar un palmo y medio de terreno de la calle, junto a la iglesia de San Andrés. También en los muros de San Esteban, estuvo recluida sor Angela Genzana de Palomino, de la tercera orden de San Francisco, durante más de 30 años, hasta que la ruina amenazaba aquella parte del templo donde ella estaba y tuvo que abandonar su voluntaria reclusión.

El padre Rodríguez, en su Biblioteca Valentina, nos habla de los tres emparedamientos de la iglesia de Santa Catalina. Asimismo, hay noticia de su existencia en la desaparecida iglesia parroquial de Santa Cruz, en el barrio del Carmen, antes de que ésta fuera derruida y trasladada al vecino convento del Carmen, carmelitas calzados, en 1842.

A finales del siglo XVI hay testimonio testamentario de cómo sor Magdalena Calabuig, sor Martina Frauca y sor Esperanza Aparisi, vivían emparedadas en la Iglesia Parroquial de San Lorenzo, a quienes iba a confesar el controvertido Venerable Francisco Jerónimo Simó, beneficiado de la parroquial iglesia de San Andrés, lo que indica cómo varió el antiguo sistema de emparedamiento hacía una vida de reclusión en comunidad ya que entre las mujeres emparedadas se elegía a una con el título de Ministra para que hiciera de Superiora.

Así, el uso del término emparedamiento implicaba una reclusión punitiva entre cuatro paredes, como un calabozo o enterramiento en vida; mientras que el término emparedarse hay que entenderlo como reclusión en una celda de penitencia y mortificación de la que tantos ejemplos hay a lo largo de la historia.

El deán de la Catedral de Valencia y rector de la Universidad literaria, José Cardona, escribió en 1693 su Apología por las mugeres que llamaron emparedadas de la ciudad de Valencia,
“provando que estas mugeres que vivian en lo antiguo en reclusiones ó emparedamientos á la parte exterior de las Iglesias Parroquiales de esta çiudad”
que entraban en reclusión no por pena, ni castigo, sino libre y voluntariamente con aprobación de sus parientes y directores espirituales.

Podemos citar casos de Santas Mujeres, como es el de la venerable sor Inés de Moncada que se recluyó en los montes de Portaceli, o el de santa Oria que, recluida, era cantada por Berceo:

“Emparedada era,
yacia entre paredes,
havia vida lazerada…
porque angosta era la emparedación,
teníala por muy larga el su buen corazón…”

Y, además de estos casos de reclusión individual, con el tiempo las reclusiones en comunidad, formando una especie de beaterio, fueron apareciendo en nuestras tierras.

En tiempos del burrianense Martín de Viciana, en un monte de Bocairente, había siete emparedadas con hábito de la tercera orden de san Francisco:

“Hay en un monte alto cerca de la villa un emparedamiento con siete honestas, y venerables mugeres emparedadas. La primera que se emparedo fue Sor Cecilia Ferre: la qual vino del emparedamiento de Santa Cruz de Valencia. Esta casa fue comenzada año 1537. Y en el año 1554 se encerro la primera emparedada en esta Iglesia como título del Monte Calvario”.

También Viciana nos recuerda el emparedamiento de la villa de Onda:

“En la Iglesia hay un emparedamiento donde estan encerradas seis honestisimas mugeres beatas con el habito y regla de San Francisco que son habidas por un dechado de virtud y santidad de vida: y siempre suele haver en este emparedamiento algunas mugeres muy ejemplares, y provechosas para las honradas mugeres de Onda; para rogar al Señor por el bien y conservación de la tierra”.

Quizá el abuso fue la causa de que en el Sínodo del arzobispo Ayala de 1693 se prohibiera en adelante estos emparedamientos; sin embargo, las comunidades admitidas hasta entonces siguieron vigentes y sujetas a visitadores nombrados por el Ordinario, disponiendo que en adelante no se celebrasen misas en sus celdas y encierros, ni aún in artículo mortis. Hoy no queda más recuerdo en el paisaje urbano de tales emparedamientos que los viejos muros de las antiguas parroquias citadas, testigos de un tipo de penitentes que con el tiempo evolucionó hacia beaterios y reclusiones en comunidad de doncellas y viudas.

Acceso al torno del monasterio de Santa Isabel la Real
y cruces que las monjas procesionan en Semana Santa
en actos religiosos que hacen en el claustro de clausura


En los Anales de Granada, que fueron escritos por D. Francisco Henriquez de Jonquera, se narra un suceso de empaderamiento ocurrido en Septiembre de 1615, y dice:

“Hicieron justicia en esta çibdad de Granada de un hombre llamado Gaspar Dávila, torcedor de seda, por haber rompido la cerca de la huerta del monasterio de monjas de Santa Ysabel la Real para sacar a una monja del dicho monasterio o tener que ver con ella, por lo qual fue ahorcado en la plaça llamada Nueba por sentencia de los señores alcaldes de corte de esta Real Chancilleria; y la dicha monja, que por ser de calidad no la nombro, fue mandada emparedar viva en el dicho monasterio, amén otros rigurosos castigos que le mandó dar su religión”.

"por lo qual fue ahorcado en la Plaça llamada Nueba..."


En el Archivo de la Curia de Granada hay un documento sin portada y con el epígrafe "Usos y costumbres viejas", fechado en 1715, y del que se desconoce a que parroquia, iglesia o monasterio perteneció, que recoge en el folio IV-aB:

“Tened en cuenta que es costumbre vieja en las comunidades de monjas emparedar y dejar morir de hambre y asfixia a la profesa que viola o rompe las reglas, especialmente el voto de castidad.
¿Has olvidado el cementerio infantil que hay un poco más allá?”.

También queda recogida en los Anales de Granada otra arte de matar, llamada encubamiento, que se le practicaba a los habitantes de la ciudad:

“En Noviembre de 1611, cuando se demostró que una muxer havía envenenado a su marido con arsénico para casar con otro hombre, se la encubó con un gato y un perro y se la echó al río para cumplir con la ley; después, la sacaron, se le dio garrote vil junto a la fuente del río Genil, en el lugar que llaman del Humilladero, y la sepultaron en el cementerio de la iglesia parroquial
de Nuestra Señora de las Angustias”.

Artículo publicado el 13 de Octubre de 2006 en la edición internacional de la revista "El Correo de la UNESCO".

Bruno Alcaraz Masáts