viernes, 10 de febrero de 2017

RESTAURACIÓN DE LAS PINTURAS SOBRE PIEL DE LAS FALSAS BÓVEDAS DE LA SALA DE LOS REYES, 
EN EL PATIO DE LOS LEONES.

Un rey de la Alhambra en fotografía de primer plano. IPH.
Técnica no destructiva en las pinturas de la Sala de los Reyes de la Alhambra.

Se han reunido los equipos técnicos del Patronato de la Alhambra y del Generalife de Granada y del IAPH, responsables del proyecto de conservación de las pinturas de la Sala de los Reyes de la Alhambra, para una sesión de seguimiento del proyecto y otra de control organoléptico de los trabajos in situ. 
 
Este proyecto de conservación de bienes muebles, uno de los de mayor envergadura de los que desarrollan en nuestra Comunidad, es fruto de un convenio de colaboración entre ambas instituciones. 

En dicho convenio, el IAPH propone completar la información científica disponible mediante la aplicación al proyecto de la técnica no destructiva de Difracción de Rayos-X y Fluorescencia de RX (DRX-FRX).


¿En qué consiste la técnica no destrcutiva de Difracción de Rayos-X y Fluorescencia de RX (DRX-FRX)?

 
Permite la identificación de pigmentos, repintes y restauraciones anteriores, sin necesidad de extraer ningún tipo de muestra. Es una técnica inocua, que no genera ningún tipo de alteración, ya que trabaja sin contacto a unos centímetros de la superficie de la obra.
 
Se trata de una tecnología no destructiva que ya experimentó el IAPH en las tablas de Pedro de Campaña del Retablo Mayor de la Iglesia de Santa Ana, en Sevilla, y cuya actuación se enmarca en la sublínea estratégica de investigación del IAPH 'Intervención de excelencia en el patrimonio'. 
 
Actualmente el convenio de colaboración entre el IAPH y la Universidad Pablo de Olavide permitiría traer el equipo necesario (prototipo portátil) desde el Centre de Recherche et de Restauration des Musées de France.


Fuente: IAPH.

Bruno Alcaraz Masáts.
LEYENDA DEL 
"CUADRO DE LA CHANFAINA", 
PINTADO POR ALONSO CANO.


Un 5 de marzo de 1660, Alonso Cano, clérigo, Racionero de la Catedral de Granada y escultor y pintor, y su joven ayudante subieron hacia el monasterio de la Cartuja de Granada portando un cuadro envuelto en una tela.

Al llegar, los recibió el padre Gerónimo, un monje cartujo poco ascético y glotón, que administraba los bienes de la comunidad con "tacañería propia de monasterio."

Alonso Cano le ofreció su último cuadro, en el que había reflejado de forma sublime el misterio de la Santísima Trinidad.


Ubicación del Monasterio de la Cartuja de Granada
El padre Gerónimo, insensible al arte, sugirió al pintor que diera unos toquecitos a la obra, añadiendo almagra a las nubes y que engordase al Espíritu Santo.

Alonso Cano, que era bilioso y sufría mal que criticase su pintura, se mostraría primero sarcástico y luego se enfureció.

En esto, terciaría  en la conversación un fraile de la orden de San Diego, quien alabaría la sutileza con que el cuadro abordaba el enigma del Dios, Uno y Trino, manifestando el deseo de tener dinero en sus arcas para llevarlo a las arcas de Alonso Cano para así poderlo comprar y colocarlo en el altar de su modesto convento.

Alonso Cano, conmovido, se brindó a ceder el cuadro por un plato de chanfaina.

Quince días después se inaugura la colocación de la pintura en el altar del convento de San Diego.

Concurrió lo más selecto de Granada y la historia corrió de boca en boca por la ciudad de Granada y de ahí que, desde entonces, la obra fue conocida como «El cuadro de la chanfaina».


Plano del Monasterio de la Cartuja de Granada 
El artículo se publicaría en esta revista Granadina y refiere la tradición centrada en una escena y un epílogo, que sucedió en dos escenarios:

El monasterio de la Cartuja y el convento de San Diego.

La chanfaina es un guisado hecho de bofes o de morcilla. Y el cuadro de la Chanfaina es ‘La Trinidad’ de Alonso Cano.

Así se conoce a la obra del artista granadino, desde que éste la donara a un fraile del convento de San Diego a cambio de un plato de chanfaina aderezada por los monjes...

Pero la historia, narrada por José Giménez Serrano en 1857 y recogida por Francisco de P. Villareal en ‘El libro de las tradiciones de Granada’ (Ediciones Albaida –Granada, 1990–. Edición facsímil del libro publicado en 1888)

Esta versión de ese encuentro se publicó 9 años antes de la edición de Francisco P. Villareal, José Giménez-Serrano publicó esta versión en en el Nº 1 de "La Revista Literaria de El Granadino", en el N° 1, que apareció el 4 de Mayo de 1848.

Esta fue la versión que se publicó:

El Monasterio de la Cartuja.
Portada de la entrada del monasterio.
EL CUADRO DE LA CHANFAINA, 
del racionero Alonso Cano.

Versión publicada en 
LA REVISTA LITERARIA
DE EL GRANADINO
Granada, 4 de Mayo de 1848.
Año 1º - Nº 2

LA LEYENDA DE LA CHANFAINA.


En una de las claras mañanas del mes de marzo caminaban hacia el Monasterio de la Cartuja granadina un clérigo y un aprendiz de pintor, que si no mienten las historias jadeaban con el peso de un enorme cuadro de dimensiones colosales que sobre su espalda gravitaba.

Alto, enjuto, aguileño de rostro y fiero en la mirada era el clérigo, sus manteos estaban derrotados y de un color mas aceitunado que negro: el porte teníalo de soldado, su andar elegante y su compostura de hombre de elevadas acciones:

Llamabase Alonso Cano y, aunque Racionero de la Catedral Metropolitana, cosa en aquellos tiempos de gran valía, conocianle tan solo como pintor, escultor y arquitecto, pues sus obras eran admiración de los naturales y famosas entre los extranjeros.

Vamos, Juan, que preciso es -hablar con el P. Gerónimo antes de que coma, pues se pone intratable cuando está repleto. Poco resta, hijo mío, con que ánimo valiente. Esto decía para alentar al jovenzuelo, con tan paternal acento, que a pesar de su arrugado entrecejo y su excéntrica catadura bien demostraba a su pesar un hermoso y caritativo corazón al través de sus rudas maneras.

Apretó el paso el aprendiz y llegaron amo y mozo a la portería que les fue franqueada por un barbudo donado. Atravesaron los compas melancólicos, poblados de madreselvas y dejando a un lado la obra de la iglesia, que por aquellos tiempos no se había concluido, penetraron en el claustrillo gótico labrado por yos primitivos fundadores.

Con silenciosa cortesanía les recibió un monge en cuyo rostro demacrado revelabas la abstinencia y el ascetismo más severo, y Cano mientras les guiaba díjole con acento conmovido y estrechando la enjuta mano del cartujo.

Bien purgáis Capitán vuestras locuras.


Refectorio del monasterio de la Cartija de Granada.
Morir tenemos, contestó con acento sepulcral el monge despertando como herido por aquel mundano recuerdo de sus pasadas aventuras. Si, encomendedme a Dios, que gratas le serán las oraciones de tan arrepentido y valiente corazón. Abriose a este punto delante de los tres la puerta de la celda del P, Gerónimo y el convertido Capitán se inclinó sin mirar al pintor y se retiró. Alonso Cano penetró en la había tal clon que le franqueaban y colocó su cuadro a buena luz con la coquetería de los artistas, descorrió el lienzo blanco que cubría la pintura y sin mas preámbulos se cruzó de brazos con la altanería de un rey y diciendo al reverendísimo.»

Veamos qué le parece a vuestra merced.

Era el P. Gerónimo un monge con puntos y collar de mundano. Administraba los bienes de la comunidad, tenía el derecho du salir a la ciudad y de hablar con todos y sin duda por el trato o por otras razones que el cronista ignora, había engordado tan desmesuradamente y tan colorados eran sus mofletes anchos y curtidos que maese semejaba a un buey que a un ascético eremita: sus hábitos blanquísimos y su cabeza rapada daban a lo chiquito) de su figura un Cirino remate y acabado.

-    Bien, señor Racionero, aunque dejarme poner las anteojeras.

Dijo el Padre y sacó una caja enorme de plata y de ella unos anteojos con aro dorado que mas parecían dos cedazos de tahona. Colocóselos sobre las abultadas y romas narices, acompañando la operación de un sordo gruñido y se puso a contemplarla obra del artista.

Representaba la pintura el sagrado misterio de la Trinidad. Entre fúlgidos celajes oro, púrpura y topacios, entre resplandores vivísimos y agradables como la claridad del alba, estaba el padre con el grave y sublime continente del Creador del mundo; del Uno, Eterno, indivisible sin principio ni fin: su rostro y su mirar más sublime que los del Júpiter de Fidias revelaban la purísima y ardiente inspiración del pintor cristiano, del hombre del espíritu y no de la forma.

Entre sus brazos estaba el Hijo de Dios, Cristo, desnudo y manifestando en los llagados miembros humanos las huellas que en su santísimo cuerpo hablan dejado las impías manos de aquellos a quienes había venido a redimir a este valle de lágrimas. El Espíritu Santo con la vivida lumbre de su amor iluminaba la figura del Padre y del Hijo y como que los rodeaba con una aureola de fuego que partía de su corazón de paloma blanquísima.

Era una obra acabada como las del Creador por esencia y al verla por mano de hombre trazada era preciso exclamar: «cierto que el espíritu del hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.»

Más nuestro reverendísimo cartujo, después de mirar y remirar exclamó, no muy conforme con nuestras opiniones

-    Bien! phs; bien; pero yo hubiera puesto más almagra en las nubes y hubiera pintado mayor al Espíritu Santo.

-    Sí, a vuestra merced, le gustaran grandes las palomas, y sobre todo para la mesa, dijo Cano con aire sarcástico y lastimado al ver tan mal,-comprendido su grandioso pensamiento.

-    Oh!, sí las aves todas, deben ser cebadas; pero a nosotros nos las prohíbe la regla: y dio un suspiro al proferir la última palabra el monge.

-     Ello, en fin, como esta, ¿os acomoda? porque jamás retoco mis obras: repuso el pintor.

-   No se irrite vuestra merced, que mas ven cuatro ojos que no dos ¿Y cuanto vale su cuadro?

-     Dos mil pesos y cien ducados que daréis de propina a este mi aprendiz.

-    Dos mil pesos! Voto va!...y se mordió el padre los labios por no echarlo redondo, y con cien ducados de coleta ó post scriptum? pues no cuesta tanto el mantener un mes a la comunidad, aunque el Sr. Arzobispo venga a comer los cuatro jueves.

-    Digoos Р. Gerónimo, contestó colérico y desencajado el bilioso pintor, que soy el mayor de los mentecatos, cuando sufro que taséis mis obras como si fuesen jamones alpujarreños o serón de peras guadijeñas. ¡Juro por lo más sagrado que si no estuvierais ordenados y yo con estas hopalandas habíais de pagarme caro tal demasía!! Encubre Juan la pintura y vamos con ella a casa que no es digno de la gran imagen, de Dios, quien tan mal la comprende.

-    Sosiéguese, el Sr. Racionero, que le daré hasta mil y quinientos pesos y un ducado para el portador, con tal que no se vaya buesa merced descontento; pues algo ha de quedar para el pintor del convento, que mas que os pese, le dará un toquecito de rojo a esas nubes para su perfección...

¡¡Oír tal sacrilegio artístico y revolverse como un león Alonso Cano hacia el obeso cartujo obra fue de un punto; mas contúvose y contentóse con arrojar tan tremenda mirada sobre aquella mole de carne, que el buen P. Gerónimo se embebió en el anchuroso sillón de baqueta con la misma timidez que si hubiese sentido venir sobre su pecho dos furiosas puñaladas!!.

-     Razón en vuestra cólera tenéis, porque el cuadro es hermosísimo; pero aplacaos un tanto que el Padre vendrá a la razón. Esto dijo un fraile remendado, Guardián del convento de San Diego, que al acaso allí se encontraba, y con tal dulzura que el Racionero se sintió desarmado y repúsole con cariño.

-     Perdonad, reverendísimo; pero «osas se han razonado aquí que mas debieran ser asunto de espadas que de lengua.

Y comenzó sin reparo a envolver su cuadro dando la espalda al prosaico Monge cartujo.

-    Dejadme, que acabe de contemplarle, no todos pensamos como el P. Gerónimo: cada figura, cada nubecilla, cada pincelada es un tesoro de bellezas, dijo el fraile modesto de San Diego.

Alonso Cano, apartó la cubierta y observó no sin complacencia que el Guardián se había colocado en el mejor punto de vista.

-   0h sí! exclamó con entusiasmo el fraile, después de una larga contemplación, habéis comprendido la divina elevación del profundo misterio de la Trinidad: así le comprendieron los padres; así tal vez creyó adivinarla la filosofía pagana de Platón. Esa es la luz, el fuego del Amor, la Omnipotencia, la Sabiduría. Obras tan grandes no tienen precio. Quisiera poder ser rico como un Emperador romano, para vaciar mis tesoros en vuestras arcas! Colocaría después ese cuadro en el modesto altar de mi convento y allí las almas de los fieles se elevarían ante esa imagen altísima de la Celestial Trinidad.

Extasiado y enaltecido de noble orgullo oyó el pintor estas palabras que partían de un varón en aquellos tiempos célebre por su ardor en la fe, por su meditada sabiduría y su religioso fervor, y reflexionando un rato dijo con jocosa solemnidad.

-    También podéis darme, Padre reverendísimo, algo que yo aprecio en mas que el dinero, y seréis dueño de colocar ese cuadro en el altar de San Diego.

-     Decid.

-     La economía del pobre es más a mis ojos que la hacienda espléndida del rico.

-   Economías no tenemos, Señor, los que vivimos de la pública caridad y partimos con los mendigos, nuestro pan - contestó humildemente el Guardián de San Diego.

-     Pero al menos no podríais, darme hoy un pialo de chanfaina para comer?

-     Sí, Señor racionero, que no es viernes y para todo el convento se guisa.

-    Pues tomad ese cuadro que ya es vuestro y acompañadme al convento que allí cobraré el precio sentado en la mesa del refectorio.

Dudó al principio el Guardián de la sinceridad de tan extraño contrato; pero en los ojos del Racionero Cano vio pintada la franca generosidad de un artista y se apresuró a mostrarle su agradecimiento.

-    ¡Fuera bernardinas, Sr. Alonso!, os daré los dos mil pesos, dijo algo turbado el Padre Gerónimo, cuya codicia se había despertado con los elogios del fraile.

-     Guardarlos enhorabuena, para engordar a la comunidad, si es tan poco ascética como vuestra paternidad y callo... por no traspasar el antemural del decoro que mi cólera combate desesperada.

-     Vamos, padre Guardián.

-     Hijo, añadió dirigiéndose a Juan, ve a casa y que vendan este dibujo para el gasto de hoy que yo haré mi comida con los frailes de San Diego.

Dicho esto se asentó, sin preámbulos a una mesa, trazó con la pluma la más picante caricatura que verse puede, donde se retrataba al buen Padre Gerónimo con el parecido de dos cosas iguales entre si y salió sin despedirse del monasterio de Cartuja.

Quince días después se celebraba una fiesta en San Diego para inaugurar un famosísimo cuadro de la Trinidad, que acababa de colocarse en el altar mayor. 

Asistieron todas las personas de valía que por entonces ennoblecían a Granada, predicó el Padre Guardián un elocuentísimo sermón y de boca en boca corría la historia que acabamos de referir ensalzando todos la generosidad del Racionero Alonso Cano.

Desde entonces, aquella pintura que se había vendido por un plato de asadura condimentada se llamó ‘’el cuadro de la chanfaina” y hasta nuestros dias ha conservado su nombre.

El Padre cartujo Gerónimo sufrió tal sofocación de envidia al ver en otro convento tan riquísima alhaja que murió de una apoplejía fulminante, aunque otros atribuyen su horrible fin a una cazuela de arroz con atún: sea de ello lo que quiera a nuestra honra cumple manifestar entrambas opiniones. (*)

G-S (**)


(*) El cuadro origen de esta tradición se trasladó al Museo Provincial, cuando la extinción de los conventos y de allí fue robada durante un baile de máscaras.

Ahora, con vergüenza de España, adornará alguna galería extranjera.

(**) El catedrático, erudito y periodista José Giménez-Serrano (1821-1859), en la revista escribirá especialmente Giménez-Serrano, que lo hace con las iniciales G.-S.

4 de Mayo de 1848.

Forman su colección los 21 números editados desde el cuatro de mayo al ocho de octubre de 1848. 

Lo distribuía cada jueves la empresa de El Granadino, uno de los días en el que este “Diario de Fomento, de Noticias y Anuncios” no aparecía (el otro día era el domingo).

El Granadino había comenzado a publicarse el uno de mayo de ese mismo año y el día 31 de ese mes se refundió con Diario de Granada, que había comenzado a editarse el año anterior.

Tanto el diario como la revista de El Granadino tuvieron la misma redacción, se estamparon en la misma Imprenta de Juan María Puchol y estuvieron dirigidos ambos por el catedrático, erudito y periodista José Giménez-Serrano (1821-1859). 

En la revista escribirá especialmente Giménez-Serrano, que lo hace con las iniciales G.-S.; y bajo sus textos aparecen las firmas del catedrático Nicolás de Paso y Delgado (1820-1897), José Salvador de Salvador, Enriqueta Lozano, Juan de Dios de la Rada y Delgado, Juan Daza y Malato, José Nestares de Mendoza, F.J. Orellana o J. de Arias, así como las de Manuel Bretón de los Herreros, Tomás María Baralt o la de José Amador de los Ríos, entre otros.

En entregas semanales de ocho páginas, compuestas a dos columnas, publica textos de creación literaria, tanto en prosa como en verso. El artículo de presentación es de Giménez-Serrano; Juan Daza publica el titulado Estado de la literatura europea; asimismo inserta biografías, como la de Alberto Lista, firmada por Eugenio Ochoa, o la de Diego Hurtado de Mendoza, entre otras; asimismo publica un par de novelas, pero sobre todo poemas, algunos de ellos extensos (sonetos, odas epigramas, letrillas o elegías), de Tomás Rodríguez Rubí, Nicolás de Paso y Delgado o Miguel de los Santos Álvarez, entre otros. Sus páginas también contienen otros textos varios, de carácter costumbrista, de modas, toros o sobre los monumentos granadinos, una exposición de pinturas o la actividad teatral y musical en la ciudad.

Con paginación continuada, en la 184 y última inserta un índice de lo publicado por una revista que duró más que el propio diario ''El Granadino''. Referencias sobre este título aparecen en las obras de Eduardo Molina Fajardo (1979) y las de Antonio Manjón-Cabeza Sánchez (1995 y 2005).


LIBRO RECOMENDADO:

LA CHANFAINA.
Escrito por Jose Luís Gastón Morata.


Granada, otoño de 1809. 
Bruno Moleón, médico de la “Sala de calenturas” del Hospital de San Juan de Dios que investiga las causas de la fiebre puerperal, recibe el encargo, ante la inminente llegada del ejército de Napoleón Bonaparte a la ciudad, de paliar el saqueo de obras de arte de la ciudad. 
Con ayuda de sor Lucía, monja franciscana del Monasterio de Santa Isabel la Real intentará evitar el expolio de un cuadro del XVII de Alonso Cano, conocido como “La chanfaina”.
  • Tapa blanda: 296 páginas
  • Editor: Ediciones Miguel Sánchez
  • Edición: 1 (20 de abril de 2010)
  • Idioma: Español
  • ISBN: 978-8471691187

Bruno Alcaraz Masáts