jueves, 30 de junio de 2005

Dos Pequeñas Narraciones de Corte Nazarí

- I -
Los Caballos Del Profeta


"Tabir" o jubiloso, "Ward" o flor, son nombres de caballos del Profeta.

Tras el nuevo descubrimiento, todo volvió a la normalidad.

La celosía empañada, había sido una noche fría y la luz natural comenzaba a acomplejar, como cada amanecer, la tenue luz del cirio.

Salió de la alcazaba y dio su paseo por la playa.

Vuelve a encontrarse solamente al pescador y el perro de siempre.

No importa, quizás por eso prefería la playa en invierno; su soledad, su frío, ese pequeño empujón instrospectivo, necesario, sin el que veía imposible llegar a terminar aquel estudio a tiempo.

Los días dados por el Sultán eran su lápida.

"Sahil" significa relincho.

La marea baja, y deseo de correr pero ganas de no sortear una sola cuesta arriba.

El camino rutinario hacia la orilla vergonzosa, sobre todas las desinencias rotas de piedras y conchas marinas... y niebla.

Sentado y manos en la arena; cerró los ojos...

"Delgada, descalza, nada alta, desnuda, piel oscura..."

Algunas hojas hicieron ruido, y algo de luz se sumó a la fiesta de los sentidos.

Despertó.

Nada quedaba del sueño... y el hambre se clavaba tras el sueño, como
siempre.

Dejó la grieta entre las rocas y subió a la duna más alta.

El agua se retiraba inexplicablemente y volvía a su antojo.

Consiguió ponerse en pie, sin llevar con él demasiada arena...

Las gaviotas esperan que te hagas la ilusión de verlas cerca y luego salen huyendo.

Hasta el acantilado, como todas las mañanas.

Por un momento, buscó un posible acceso roca arriba...

- Hace unos años, quizás - pensó -, pero, qué va, hace unos años tampoco me hubiera atrevido a subir por ahí.

Convencido, emprendió la vuelta con el día definitivamente clareando, la niebla lejos.

Ojeó un pequeño pergamino.

"Asfa" es el caballo de pocas y cortas crines en el copete.

- Algún día desterraré este paseo solitario.

Las huellas paralelas a las de la ida, y la mirada cansada, como nunca, con cierto brillo pequeño e infantil que se perdía para aparecer a veces, por sorpresa, con una nueva idea.

Con el recuerdo.

El Sultán si que es "Asfa", y hasta un poco "Tabir-ward", si se empeñaba: un jubiloso capullo.

En el regreso, vio una gaviota muerta, atadas las patas con cordel.

- ¡¡Alá os confunda... niños!!.

En el único posible acto de romanticismo en mucho tiempo, desató al animal, ya sucio, y dirigió sus pasos hacia la única luz encendida en la alcazaba.

Comenzaba a subir la marea.

Vio que el agua volvía y temió que arrastrara aquel brillo lejano de la orilla, como alguna vez vio hacer con piedras planas de la orilla.

Algo cansado, forzó la carrera.

Dejó la cama, sin dormir, apenas unas horas después.

El recipiente de loza sobre el fuego y el indefinible líquido negro comenzó a calentarse.

Como todos los días, asumido el insomnio, se dispuso a tomar parte del cotidiano acto primero, escena primera:

La mesa principal empapelada de pergaminos, unos enrollados y otros abiertos.

Los libros manoseados como jamás estuvieron antes, ocupan otra mesa, están presididos por un artilugio de madera y cordel traído de Venecia:

Que el encargo del Sultán termine mínimamente creíble.

De otras estancias, llegaron ecos de música andalusí...

Cuando llegue la noche, no todo estará perdido; aún quedarán los caballos del Profeta.

Casi extenuado, las piernas flaqueando. Dejó la lectura de textos, se acercó a la ventana del acantilado.

El sol caía, allí estaba el viejo barco de madera como un espejo enterrado hasta la mitad, lanzaba destellos si le llegaba un rayo débil de sol.

Se disponía a cerrar la cortina, cuando vio junto al acantilado una figura, una mujer desnuda introduciéndose en el mar.

Abrió la ventana y se asomó incrédulo.

Miró durante unos instantes su imagen y el mar, vio que la mujer se adentraba llorando en el mar.

Se asomó con miedo, le extendió la mano como un niño asustado.

La mujer miró hacia la ventana y no pudo avanzar más.

Alguien extendiendo el brazo llamó su atención.

Regresó a la orilla y marchó desnuda por las dunas, hacia el lugar de donde partía la señal.

- Qué curioso, ¿por qué se asustaría la mujer...?

- Quizás mi saludo en todo este silencio...

Desvanecida la vecina accidental, cerró la ventana y la cortina...

"Ahna" es el caballo de cuello corto y "Yamuh", el caballo terco.

Tras el nuevo descubrimiento, acercó un pergamino a la luz, una vez más.

Todo volvió a sus términos habituales.

Una llamada en su puerta interrumpió el estudio.

Abrió y vio a la mujer desnuda, que lloraba...

Ya no era la favorita del Sultán y quería morir, pero tuvo miedo.

Pidió dormir.

Lo hizo plácidamente.

Al amanecer, la guardia de la alcazaba no vio a nadie pasear por la playa.

La única luz encendida de la alcazaba no era ya insomne.

Bruno Alcaraz Masáts - Junio de 1997

- II -
Abdalá, Hijo de Yusuf

En 1088 muere Abdalá, hijo de Yusuf y Sahla, de Mursiya, viajero incansable que marchó a Oriente para oír las voces de maestros como Abuabdalá.

Por aquel entonces murió también Abenanmar, favorito del rey de Sevilla Almotamid y amo de Murcia durante el tiempo que duró la rebeldía hacia su señor, del que se creyó desligado embriagado con el poder sobre la fértil Mursiya.

Aún en prisión, intercam­biaba con él poemas.

Era época de los reinos de Taifas, y Abdalá regresó a su casa, tras el largo viaje; llegó por el sur, por la entrada de nombre Asak.

Llevaba versos de Abuabdalá en la bolsa, y quizá incluso aire precoz de Jayyam el pahlevi, aún no nacido.
Era una época en que la poesía inundaba muchas esferas de la vida; hasta el poder".

Te vi apoyado en la madera de Asak, moreno y delgado, la barba dejada, dubitativo antes de entrar.... no podía creerlo; luego paseando por la zatkat ya no me cupo duda alguna.

Eras al fin tú, Abdalá, mi compañero de juegos, el que no detiene el paso y escucha las palabras de los ancianos.

Ya sentí la muerte de tu padre Yusuf.

Tu madre quedó como vacía, hilando la rueca y el rostro cubierto con el velo de las ancianas, en el jardín, junto a la tapia tejida de enredaderas.

- ¿Ves?, eso si lo encontrarás igual.

Flores sin espacio como cada Mayo y los árboles que tocan el suelo con sus ramas cargadas de frutos. Pero...¿no vienes cansado?, casi vagando te presenti­mos los que te queremos, los pies cargados de arena o quizás sobre tallos fértiles de Siria, pero lejos, siempre lejos.

- Sí, estuve en Oriente; quería aprender.

A Oriente siempre se va a aprender, incluso cada año las aves y los peces que buscan el sur cuando llegan las lluvias. Yo marché con ellos para oír a Abuabdalá, y antes a Abnamrú.
Pero mira, hermano, cómo regresan las criaturas de Alá, cansadas, algunas incluso con el desencanto en sus pupilas.

- ¿Tu también, Abdalá?

- Yo solamente regreso.

- Sabrás ya que poco quedó igual tras tu marcha, Abdalá. Abenanmar se embriagó con el humus negro de la tierra y olvidó durante un tiempo que todo esto no era suyo...

- Oí decir que Almotamid se encuentra solo... que ya no confía.

- El rey poeta ya no duerme en la paz de los dignos de Alá. Su antiguo favorito pagó sus acciones con la humillación y la muerte. No valió la sensibilidad del rey de Sevilla, porque las traiciones encuentran igual eco entre los campesinos que en la mesa del poderoso.

- ¿Te cansaré, Abdalá, si me cuentas lo que viste en Oriente?.

- No queda tiempo para contar, hermano. Marcharé otra vez de Mursiya, esta vez por Chadid y hacia Poniente, a lugares distintos de los que ya conozco, elevados y rocosos como el Atlas, a buscar quizá huellas de mi propia andadura. Esta vez, te prometo no perseguir el polvo de oro caliente y las pequeñas peceras del sur, posesoras de paraíso, ni solamente seis palmeras verdes de dátiles maduros, ni una cintura dulce que te envuelve como un universo pequeño al final de la jornada.

Pero más aún, ¿sabes?, echaré de menos otra vez las flores
y los frutos de casa... y el agua correr... y oír crecer los tallos... y la mano de mi madre Sahla de rostro cubierto... y el beso del hermano...

Quizás, si vuelvo a verte, diga al oído palabras de Abuabdalá, Alá le proteja, pensando en Mursiya.

- El deseo de volver a ti ha fijado ya su trono en mi corazón y resistir más tu separación es imposible...

Llévate por eso dátiles dulces de mi mano al regazo, junto al agua de la amada.

Bruno Alcaraz Masáts - Agosto de 1997