¿Qué fue de la vida del último monarca musulmán español, desde el momento en que tuvo que abandonar el paraíso llorado como mujer, cuanto no defendido con energía de hombre?
Las historias son muy parcas en decirnos lo que fue del sultán granadino en las horas amargas del destierro. Las más inciertas y contradictorias noticias corrían sobre su suerte.
Un hallazgo verdaderamente fortuito y providencial, ocurrido en la riente y encantadora ciudad argelina de Tlemecen, ha permitido saber, al menos, el lugar de su muerte oscura y silenciosa.
He aquí cómo:
Tlemecen: imagen de la época colonial francesa
La proximidad de la losa a la puerta de entrada había sido causa del deterioro, ya que con el continuo roce giratorio de la puerta había quedado impresa la huella circular sobre su superficie, cuyos relieves habían sufrido el natural desgaste.
Ello, unido al paso constante de los moradores de la casa por la losa, habían reducido grandemente el relieve de la inscripción, redondeando las aristas, achatándolas, hasta el punto de que la lectura del texto resultaba dificultosa en extremo.
Los descubridores quisieron averiguar algo relacionado con aquella losa funeraria tan extraña, e impíamente arrancada de su tumba para venir a servir de loseta de un pavimento de una casa vulgar, cosa que desdice de la veneración que los musulmanes tienen por cuanto se relaciona con los muertos. Pero nada lograron averiguar respecto del origen, fecha ni motivo por el cual hubiese sido la losa arrancada de su tumba y figurase en el vestíbulo de una miserable vivienda.
Entregóse la piedra a la autoridad militar, quien dispuso pasase a adornar el Casino de los oficiales de la guarnición, donde se iban depositando los numerosos hallazgos arqueológicos que se encontraban, a guisa de museo artístico e histórico.
La losa medía 91 centímetros de largo por 44 de ancho, siendo el espesor de la piedra de sólo 6. Las letras eran de estilo andaluz poco delicado, y por el frote a que había estado sometidas durante siglos, tal vez, aparecían borrosas, casi ilegibles, contribuyendo a hacer más difícil la tarea de su traducción el enmarañamiento natural de la escritura árabe, en apretados y próximos renglones, en número de 27, para tan reducida superficie. La naturaleza de la piedra, por otra parte, contribuía a la dificultad de la lectura, con las venas y manchas que surcaban la superficie.
Menos mal que la losa estaba íntegra y no le faltaba el más mínimo trozo.
Acertó, muchos años después, a examinar detenidamente la piedra el sabio arabista Mr. Broselard, antiguo prefecto de Roán, quien, ayudado por el inteligente mufti de la misma ciudad de Tlemecen, Sid Hammú Ben Rustan, se empeñó en la ardua tarea de descifrar la enigmática piedra. En el número del “Journal Asiátique”, correspondiente a los meses de Enero y Febrero de 1876, apareció el fruto de la ímproba labor, transcribiendo casi en su conjunto el texto árabe y dando la traducción correspondiente, salvo muy contados renglones imposibles de descifrar por el mal estado de las inscripciones.
Y cuál no sería la sorpresa de Mr. Brosselard al encontrarse frente al mármol funerario que cubriese la tumba de Boabdil, el último rey moro de Granada y de España.
En la hoy oscura y silenciosa metrópoli argelina de Tlemecen, antes fastuosa corte de sultanes poderosos, vino, en efecto, a acabar sus tristes días Abú Abd Aláh Muhammend, conocido por Boabdil.
Rendida la encantadora ciudad de la Alhambra a los Reyes Católicos, el infortunado monarca granadino pasó a África, habiendo corrido muy inciertas y contradictorias noticias sobre su vida y suerte en el amargo destierro, no faltando cronistas árabes que afirman que llegó a oscurecerse completamente, donde tuvo que ejercer los más bajos oficios para subsistir.
Sin embargo, las voces más corrientes eran que se retiró a Tetuán, acompañado por las principales familias de su reino, donde no tardó en volver a las empresas belicosas que tan poca fortuna le depararon, tomando partido por el rey de Fez, en contra de Marrakech, hasta que, muerto en una batalla, desaparecieron sus huellas. Se decía, sin embargo, que en Fez había labrado un magnífico palacio, semejante al de la Alhambra, pero del cual no queda la menor memoria. También se pretendía que estaba enterrado en el vasto y antiquísimo cementerio que rodea a Tetuán por el lado Norte, y que contiene tumbas magníficas y viejísimas.
“En el nombre de Al-Lah piadoso y clemente.
Bendiga Al-Lah a nuestro señor Muhammad y a su familia.
Este es el sepulcro de un rey que murió en el destierro.
En Tlemecen, como proscrito, entregado al ocio entre mujeres, el cual combatió por la religión, aunque la guerra santa le negara las facilidades del triunfo. Hirióle el destino implacable de sus decretos, pero Al-Lah le dio la resignación en la medida proporcionada a la desgracia que le deparó.
¡Derrame Al-Lah para siempre sobre esta sepultura el rocío de su cielo.
Esta tumba es la del rey justo, magnánimo, generoso, del defensor de la religión del cumplidor, del emir de los muslimes, del vicario del Señor de los mundos, nuestro Señor Abu-Abd-Al-Lah, el victorioso, con el auxilio de Al-Lah, hijo de muestro Señor el emir de los muslimes…
El santo Abu-L-Hassan, hijo del emir de los muslimes Abu-L-Hachich, hijo del emir de los muslimes, hijo del emir de los muslimes, Abu-Abd-Al-Lah, hijo del emir de los muslimesAbd-Al-Uadid Ben Nasr, Al-Ansari, Al-Jazrachi, As-Saadi, Al-Andalusí… ¡Santifique Al-Lah su túmulo y le señale un lugar elevado en el paraíso!.
Combatió en su país de al-Ándalus por el triunfo de la fe, no inspirándose sino en su celo por la gloria divina y prodigando su vida a cada instante sobre el campo de batalla, en las terribles lides en que numerosos ejércitos de los adoradores de la cruz caían sobre un puñado de caballeros muslimes. No se dio reposo durante la época de su poderío o jalifato en la empresa de combatir por la gloria de Al-Lah, concediendo a la guerra santa cuanto ella exige y fortificando el valor de sus guerreros en los momentos en que parecía próximo a vacilar…
Llegó a la ciudad de Tlemecen, donde halló siempre buena acogida y compasión hacia sus desgracias. Entonces se verificó lo que había prometido Aquel cuyos decretos son irrevocables…. Y del cual todos los mortales sufre la ley según lo que El ha dicho: “Todo alma gustará de la muerte”. Sorprendiola, por cierto, la suya, en tierra extraña, lejos de su patria, de la tierra de sus abuelos, los grandes reyes de la estirpe Ansar, los sostenes de la religión del Elegido, del Predilecto… Al-Lah le ha elevado a las regiones de felicidad…
Muéveme a esperar tu perdón y a confiar en el logro de mi deseo por los méritos de Muhammad; no engañes, Señor, mi esperanza…”
Como se ve, no ha sido posible, ni lo será ya por nadie, comprender ciertos breves pero importantes trozos, por lo muy deteriorado de los rasgos de la inscripción.
A pesar de que Mr. Brosselard, que fue premiado por la Academia de Inscripciones por su meritísima labor, establece como indudable la entidad del personaje a que se refiere la trascrita inscripción con Boabdil el Chico, no han faltado arabistas, entre ellos A. de Longperier y nuestro insigne Francisco Fernández y González, quienes han disentido de la primera opinión, atribuyendo más verosímilmente la inscripción a Boabdil el Zagal, aduciendo razones y argumentos que no est este caso analizar.
Un autor árabe, contemporáneo casi de los monarcas granadinos, el ilustre Al-Makkari, natural de Tlemecen, traducido por el ínclito arabista don Pascual de Gayangos al inglés, dice textualmente:
“Cuando el Zagal supo de las victorias alcanzadas por el rey de Castilla, se apresuró a pasar el mar, dirigiéndose a la costa de África, llegando a Orán, y de aquí a Tlemecen, donde se estableció, y aún viven sus descendientes”.
Yo, sin atreverme a decidirme en la materia, tan competentemente debatida por otros ilustres arabistas, me limito a dar a conocer el curioso texto de de la lápida sepulcral, desconocido de la mayoría en España, a pesar de tener tan deleznable piedra importancia tanta para su historia y para la arqueología funeraria en general.
Artículo de Guillermo Rittwagen, fechado en Marzo de 1929.