Guerra de Granada,
hecha por el Rei de España
don Philippe II, nueftro feñor
contra los Morifcos
de aquel Reino, fus rebeldes.
del Consejo del Emperador don Carlos V,
fu Embaxador en Roma, i Venecia,
fu Governador i Capitan General en Tofcana.
Pareció por estos inconvenientes, i por egemplo de otros Estados, mandar que los Señores no acogieses gente desta calidad en sus tierras; confiados que bastava solo el nombre de Justicia, para castigallos do quiera que anduviesen.
Manteniase esta gente en sus oficios en aquellos Lugares, casavanse, labravan la tierra, davanse a vida sosegada.
Tambien le prohibieron la inmunidad de las iglesias arriba de tres dias.
Mas después que les quitaron los refugios, perdieron la esperanza en la seguridad, i dieronse a vivir por las montañas, hacer fuerzas, saltear caminos, robar, i matar.
Entró luego la duda tras el inconveniente; sobre a qué Tribunal tocava el castigo, nacida de competencia de jurisdiciones; i no obstante que los Generales acostumbrasen hacer estos castigos, como parte del oficio de la guerra; cargaron a color de ser negocio criminal la relacion apasionada ó libre de la Cibdad, i la autoridad de la Audiencia, i pusose en manos de los Alcaldes, no excluyendo en parte al Capitan General.
En fin fue causa de crecer estos salteadores, Monfies los llamava la Lengua Morisca, en tanto numero, que para oprimillos, ó para reprimillos no bastavan las unas ni las otras fuerzas. Este fué el cimiento sobre que fundaron sus esperanzas los animos escandalizados i ofendidos, i estos hombres fueron el instrumento principal de la Guerra.
Todo esto parecia al comun cosa escandalosa; pero la razon de los hombres, ó la providencia divina, que es lo mas cierto, mostró con el suceso, que fué cosa guiada para que el mal no fuese delante, i estos Reinos quedasen asegurados mientras fuese su voluntad. Siguieronse luego ofensas a su Lei, en las haciendas, i en el uso de la vida, asi quanto a la necesidad, como quanto al regalo, á que es demasiadamente dada esta Nacion.
Porque la Inquisición los comenzara a apretar mas de lo ordinario. El Rei les manda dejar el habla Morisca, i con ella el comercio i comunicación entre si; quitoseles el servicio de los Esclavos negros á quienes criavan con esperanzas de hijos, el habito Morisco en que tenian empleado gran caudal; obligaronlos a vestir Castellano con mucha costa, que las mugeres trajesen los rostros descubiertos, que las casas acostumbradas á estar cerradas estuviesen aviertas; lo uno i lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa.
Huvo fama que les mandavan tomar los hijos i pasallos a Castilla. Vedaronles el uso de los baños, que eran su limpieza i entretenimiento; primero les havian prohibido la Musica, cantares, fiestas, bodas, conformo á su costumbre, i cualesquiera justas de pasatiempo.
Salió todo esto junto sin guardia, ni provision de gente; sin reforzar presidios viejos, ó firmar otros nuevos. Y aunque los Moriscos estuviesen prevenidos de lo que havia de ser, les hizo tanta impresión, que antes pensaron en la venganza que en el remedio. Años havia que tratavan de entregar el Reyno a los Principes de Berberia ó al Turco; mas la grandeza del negocio, el poco aparejo de armas, vituallas, Navios, Lugar fuerte donde hiciesen Cabeza, el poder grande del Emperador, i del Rei Philippe su hijo enfrenava las esperanzas, i imposibilitava las resoluciones; especialmente estando en pie nuestras Plazas mantenidas en la costa de Africa, las fuerzas del Turco tan lejos, las de los Cosarios de Argel mas ocupadas en presas i provecho particular que en empresas dificiles de tierra; fueronseles con estas dificultades dilatando los designios, apartandose ellos de los del Reyno de Valencia gente menos ofendida, y mas armada.
En fin creciendo igualmente nuestro espacio por una parte, i por otra los excesos de los enemigos tantos en numero, que ni podian ser castigados por manos de justicia ni por tan poca gente como la del Capitan General, eran ya sospechosas sus fuerzas para encubiertas, aunque flacas para puestas en ejecución.
El pueblo de christianos viejos adivinava la verdad, cesava el comercio i paso de Granada á los Lugares de la costa, todo era confusion, sospecha, temor, sin resolver, proveer, ni ejecutar.
Vista por ellos esta manera en nosotros, i temiendo que con maior aparejo les contraviniesemos, determinaron algunos de los Principales de juntarse en Cadiar, Lugar entre Granada, i la Mar i el Rio de Almeria, a la entrada de la Alpuxarra. Tratose del quando i como se devian descubrir unos a otros, de la manera del tratado i ejecución; acordaron que fuese en la fuerza del Invierno; porque las noches largas les diesen tiempo para salir de la Montaña i llegar a Granada, i a una necesidad tornarse a recoger i poner en salvo; quando nuestras Galeras reposavan repartidas por los invernaderos i desarmadas; la noche de Navidad, que la gente de todos los pueblos esta en las Iglesias, solas las casas, i las personas ocupadas en oraciones i sacrificios; quando descuidados, desarmados, torpes con el frio, suspensos con la devocion, fácilmente podian ser oprimidos de gente atenta, armada, suelta i acostumbrada a saltos semejantes.
Plataforma de Ambrosio de Vico
Havian ya muchos años antes embiado a solicitar con personas ciertas no solamente a los Principes de Berberia, mas al Emperador de los Turcos dentro de Constantinopla, que los socorriese, i sacase de servidumbre; i postreramente al Rei de Argel pedido Armada de Levante i Poniente en su favor; porque faltos de Capitanes, de Cabezas, de Plazas fuertes, de gente diestra, de armas, no se hallaron poderosos para tomar, i proseguir a solas tan gran empresa.
Demas desto proveerse de vitualla, elegir lugar en la montaña donde guardilla, fabricar armas, reparar las que de mucho tiempo tenian escondidas, comprar nuevas, i avisar de nuevo a los Reyes de Argel, Fez, Señor de Tituan desta resolucion i preparaciones, Con tal acuerdo partieron aquella habla; gente a quien el regalo, el vicio, la riqueza, la abundancia de las cosas necesarias, el vivir luengamente en gobierno de justicia i igualdad desasosegava i traia en continuo pensamiento.
Tomo XXI – pág. 71.
Bruno Alcaraz Masáts