sábado, 21 de septiembre de 2013

Las aguas de Granada y los aguadores.

''El Acuarium'',
uno de los últimos kioscos de agua que sobrevivieron
en la Carrera del Genil.
(Dibujo de Antonio López Sancho)
En 1659, François Bertaut, señor de Freauville, consejero en el Parlamento de Ruán y prior del Monte de los Enfermos, hubo de acompañar a España al mariscal De Grammont, cuando éste fue enviado con el encargo de pedir la mano de María Teresa de Austria para Luis XIV, el rey Sol, haciendo François Bertaut la labor de intérprete, ya que sabía castellano dado su origen hispano.

Tal matrimonio había sido acordado ese mismo año en la Paz de los Pirineos.

Escribió Bertaut dos obras sobre España:

Relation d'un voyage d'Espagne où est exactement décrit I'estat de la 
Cour de ce royaume et de son gouvernement
(París, 1664)

Journal du voyage d'Espagne
(París, 1669).

Postal de Granada, a comienzos de 1900.
No fue tan sólo un peregrino a Santiago, sino un viajero romántico que recorrió España.

François Bertaut entraría en Granada el 8 de noviembre de 1659 por la puerta de Elvira, describiendo en sus primeras palabras la Vega de Granada como:

“...el paisaje y la morada más deliciosa del mundo”.

Se hospedaría en el carmen del comerciante genovés Andrés Massola, indicando que se hallaba por encima del monasterio de la Cartuja:

“...más alto que todas las casas de su entorno, que tiene un hermoso jardín
regado por un gran canal llamado Aynadamar,
donde me obsequiaron con vino del país”.

Cuando escribió sobre las aguas de los ríos Xenil y Dauro, recreándose en la descripción, comenta que le aconsejaron:

“...que no bebiera agua de estos ríos puesto que sólo
era apta para los que estaban acostumbrados”.

Es curioso que describiera el agua de Granada, ya que cuando pasó por Jerez de la Frontera, no hizo alusión alguna a los vinos que degustó, y de las aguas de Darro escribió:

“las aguas del Darro todo el mundo está de acuerdo en que es muy sana 
ya que el agua es potable a causa de que pasa por minas de oro que
hay en la montaña, de lo que sin duda la llaman Cerro del Sol, 
a causa de que el oro, que es el rey de los metales, está
representado por el Sol, que es el rey de los planetas”.

Granada: Dos moriscas y un aguador.
Lamina de Granada en Civitates Orbis Terrarum
En 1576, cuando se imprimiera en Colonia la obra “Civitates Orbis Terrarum”, se afirmaba con asombro que en Granada,

“...en el espacio de mil y veintisiete pasos nacían treinta y seis fuentes”.

Aunque esta información sería puesta en entredicho en el siglo XVIII, el padre Juan de Echeverría, en su libro “Paseos por Granada y sus contornos”, en 1764 lo confirmaría (copia literal):


Aguador.
Grabado original hacia el año 1840.
En el Darro están el Algivillo, la fuente de la Teja, la del Mono, la del Avellano, la de la Salud y la del Oro”.

Sobre Fajalauza la del Moro, la de la Higuera y las tres agrias del Fargue.

Junto de Cartuja, la Nueva, la del Procurador, la del Rey, la de la Gallomba.

Hacia la Alhambra, la del Molino, la de la Alcazaba y la del Algive de la Lluvia.

Hacia el Genil, la de la Culebra, la Santa y la Bicha.

Baxo de San Miguel el Alto, la Fuentecilla.

Hacia el Sacromonte, la de Cien Cruces, el Pozo de Santiago y la del Pulpillito.

En Cruz Torneada y sus barrancos, la del Padre Piquiñote, la de San Antonio, la de Valparaiso y Algive Ciego.

Dentro de la Ciudad, la Fuente Nueva y una multitud de ellas que sin nombre que las distinga hay tanto en los cármenes del Darro como en los del Genil. Y todas están dentro de los mil pasos o tercera parte de legua. Todas tienen bellas aguas y en especial las tres del Fargue y la Nueva de Cartuja compiten con la Portubus y Paterna.

Las de la Culebra, Fuente Nueva y Procurador, con las del Pozo o Fuente de la Alcazaba, se traen muy de ordinario como saludables a varias personas que hallan en su uso la más segura medicina”.


Eduardo Molina Fajardo.
Eduardo Molina Fajardo, en su trabajo “De Cántaros y Aguas Granadinas”, escribió:

"Las otras aguas potables de Granada, conducciones de época árabe, (la Romayla o Santa Ana, la de Axares o San Juan, la del Cadí o Candil o de las Tinajas, la de Aynadamar y la Real o de la Alhambra) estaban muy reglamentadas y, al llegar a la ciudad, se ramificaban por el subsuelo como una red embutidas y sus venas de caños de arcilla, que salían a la luz por las azacayas y azacayuelas, la alcubillas y los cauchiles y los ojos de los algibes públicos y las miles de tinajas privadas con sus panzas albergadoras de cuarenta y ocho litros".

Las aguas de los ríos y acequias granadinas estaban reglamentadas por leyes y ordenanzas que se remontaban, en espíritu, a la época árabe, por el rey Fernando el Católico que firmaba en 1508 una real cédula ordenando bajo severas penas que:

“los edificios del agua se sostuvieran”.

Posteriormente, Carlos V, que viviera en la Alhambra de Granada en 1526 una larga luna de miel, unas ordenanzas de las aguas que, con todo detalle, pretendían evitar la contaminación:

“Otrosí mandamos y hordenamos que qualquiera persona que echara en las acequias o cauchiles o maneses o pilares o azacayas alguna bacinada o perro o gallina o cosa muerta o otra suciedad alguna, o metiere o lavare bacín o otra cosa semejante que aya de pena tres mill maravedís o que esté veinte días en la cárcel y si no tuviese de que pagar que esté cincuenta días en la cárcel…”

En 1516 se firmarían las “Ordenanzas de Aguadores” donde se mandaba que:

“Ningún aguador de los que andan a vender agua con bestias y lo tienen por oficio, sea ossado de coger agua para vender de las acequias, ni algibes, salvo del algibe grande que se dice el algibe del Rey, y de los caños de los pilares y azacayas, so pena de que le quiebren los cántaros y pague 200 maravedís de pena,
y que si no tuviere de que pagar, esté tres días en la cárcel…”

Retrato de Ángel Ganivet, pintado por José Ruiz de Almodóvar.
Ángel Ganivet hizo una encendida defensa de los aguadores de Granada en su obra “Granada la bella”:

“¿Pero es que los hombres de las garrafas que bajan el agua de la Alhambra, 
y los “tíos de los burros” que la traen del Avellano no son producción nacional?”

En el invierno de 1896, desde Helsingfors, la actual Helsinki, volvió a escribir sobre los aguadores de Granada:

El clásico aguador granadino,
recogido con humor por el buen dibujante Antonio López Sancho.
“En Granada un aguador tiene que ser a su modo hombre de genio. ¿Veis ese que por la Carrera de Darro, por la cuesta de Gomérez, o por la del Caidero baja gritando:

“¡Agua!, ¡quién quiere agua?”

Ese es un albañil que busca un sobrejornal para “dar una vuelta de ropa a su gente”, un bracero sin trabajo, un aguador de aluvión, que de seguro no sabe llevar la garrafa, la cesta de los vasos y la anisera. El verdadero aguador se compenetra con estos tres elementos a tal punto de que de él tanto puede decirse que es un hombre como una cesta o garrafa; huele donde tienen sed, pregona, y con sus pregones despierta el apetito; porque entre nosotros la sed es apetito, y hay quien bebe agua y se figura que come.

El aguador de la romería de San Miguel subía con su jaca enjaezada,
poniendo una nota colorista a su misión de apagar la sed de los romeros.
Dibujo de Antonio López Sancho.
¡Acabaíca de bajar la traigo ahora!
¡Fresca como la nieve!,
¿Quién quiere agua! ¡Nieve! ¡Nieve!

¡De la Alhambra, quién la quiere!
 ¡Qué frescura de agua!     
                                                                                                                           
¡Buena del Avellano, buena!
¡¿Quién quiere más, que se va el tío!


Burro transportando el agua de la fuente de la Bicha,
con ornamentación de cañas de las orillas del Genil.
Dibujo de Manuel Maldonado.
Y así por este estilo centenares de pregones incitantes, hiperbólicos, que concluyen por obligar a beber…”

Francisco Izquierdo, en su Guía Secreta de Granada, escribió:


El escritor Francisco Izquierdo.
“Los dos grandes santuarios de los hidráulicos permanecen aún:

El brocal del agua, azucarillos y aguardiente de la Plaza de los Algibes de la Alhambra, manantial gratis en el que se pican los turistas dirigidos, y la Fuente del Avellano.


Plaza de los Algibes de la Alhambra.
Fotografía de Ayola, de la segunda mitad del siglo XIX.
Agua de la Plaza de los Algibes, rica, fresca y aguzada, a la que se rebaja con el azucarillo y el anís, es un agua monumental que todavía no ha liquidado a nadie (nunca mejor dicho” a pesar de recorrer, saltar, barrer, limpiar, etc., todos los rincones, albercas, canalillos, surtidores y cauchiles del Generalife y de la Alhambra. Sin embargo, cuántos versos y besos, éstos clandestinos, ha propiciado a los hidráulicos peregrinos.

El otro santuario, el de la fuente del Avellano, el rincón romántico por excelencia de “La Cuerda Granadina”, en el primer tercio del siglo XIX, agrupación a la que pertenecieron individuos como Pedro Antonio de Alarcón, Manuel de Palacio, Fernández y González, José de Castro y Serrano, etc…, y cátedra premonitoria de la “Cofradía del Avellano”, cuyo mentor y abad mitrado fue Ángel Ganivet.


Fotografía de los aguadores en la Fuente del Avellano - Siglo XIX
Allí, entre trago y trago de agua ferruginosa (la misma de la plaza de los Algibes, sólo que filtrada por el monte Santa Helena), se declamaba, se recitaba, se predicaba, se ponía en tela de juicio cuanto hubiera de divino y de humano en el país.

A las umbrías del Avellano también acudieron  los hidráulicos de otras sociedades, como la de “El Recreo” y la de “El Pellejo”.


Angel Ganivet sentado en  los poyetes de la fuente del Avellano.
La fuente de la Salud, situada a escaso metros de la fuente del Avellano, curó, Dios la tenga en su gloria, al cardenal Cisneros de unos perniciosos calambres que padeció”.

Paseo de los Tristes y torres de la Alhambra, sobre la orilla del Río Darro.
Fotografía tomada en 1902.
Bruno Alcaraz Masáts.