Estancia del viajero peruano Pedro Paz Soldán y Unaune, conocido por Juan de Arona,
en la Granada de 1859.
El viajero ilustrado Pedro Paz Soldán y Unaune, natural de Lima (Perú) poeta. literato, escritor y fundador de la lexicografía peruana. |
Pedro Paz Soldán y Unaune (Lima, 29 de mayo de 1839 - Lima, 5 de enero de
1895), poeta, literato y periodista peruano, verdadero fundador de la
lexicografía peruana con su Diccionario de peruanismos (1883-84) y miembro de
la primera Academia Peruana de la
Lengua correspondiente de la española, fundada en 1887,
utilizó como seudónimo el de Juan de Arona, que originariamente fue el nombre de
la hacienda que heredó de su abuelo materno Hipólito Unanue, una hacienda
azucarera que recibió ese nombre en alusión a la localidad española de Arona,
que es un municipio de las Islas Canarias.
Ocupó varios años de su intensa vida en la práctica del viaje ilustrado.
Alternó en el extranjero los estudios y las lecturas, el buen vivir, también el
ágil comentario sobre las cosas vistas y en buena parte de ellos, las tareas
diplomáticas.
Aprovechó ampliamente el tiempo transcurrido en tierras extrañas a elaborar pacientemente o a culminar trabajos
fundamentales, aparte de su obra de creación poética que no descuidó desde los
años mozos de poeta eglógico hasta los años maduros de poeta satírico y
violento.
En la biblioteca de su abuelo, Hipólito Unanue, auténtico médico humanista,
nutrió en los años juveniles su curiosidad y vocación por las letras. En la
heredad paterna (la hacienda Arona en el valle de Cañete, provincia de Lima),
en la cual transcurrieron infancia y adolescencia, alterna la lectura de los
clásicos con los encantos de la vida del campo y la observación de las
costumbres y léxico de los labriegos y moradores sencillos y rústicos.
Esta vinculación con la tierra determina el uso (perdido ya el patrimonio
paterno y asomada la pobreza y estrechez económica en su vida) del seudónimo
«Juan sin tierra» que alterna con el de Juan de Arona, y asimismo constituye el
germen de su afición horaciana y virgiliana, manifiesta en una serie de
versiones del latín.
Traspuesta la adolescencia se abre para Juan de Arona la etapa de los
viajes, primero a lo largo de la
costa peruana hasta Iquique (1851) y luego a Chile y poco después a Colombia.
En Santiago permanece un año siguiendo estudios superiores; luego los completa
en Lima en el Convictorio de San Carlos.
Sin terminar aquellos estudios, su aliento romántico le impulsa a realizar
un viaje por Europa y Oriente. Entre 1859 y 1863 realiza una extensa gira por
Inglaterra, Francia, España y otros países del Viejo Mundo.
Dos años permanece en París estudiando filología e historia natural en La Sorbona y El Colegio de
Francia. Perfecciona allí sus
conocimientos del griego y el latín y otras lenguas modernas.
En 1861 pasa a Alemania y Austria, y luego a Hungría e Italia, en donde se
detiene varios meses, estudiando a los clásicos latinos. Yendo desde el norte
de África recorre Egipto, Palestina y Turquía y por Italia y Francia, vistos de
nuevo, con la agudeza que registran sus impresiones de viajero impenitente,
retorna a América en 1863.
Desde esa fecha se entrega a labores múltiples y a escribir poesías,
traducciones y papeletas de lingüista. Perdida la heredad paterna, ingresa al
Ministerio de Relaciones Exteriores en 1872.
Las Memorias de un viajero peruano, de Juan de Arona, recogen impresiones
muy completas y organizadas. En su estadía en París, cuando Arona apenas ha
cumplido 20 años, en el verano (junio) de 1859, se aloja por pocos días en el
Hotel Moscú en la Cité
Bergére y sigue viaje a España por 5 meses, en la espera de
la apertura de cursos.
Al regreso a Francia, se instala nuevamente en París en diciembre de 1859,
para residir continuadamente, hasta agosto de 1861, en el «Quartier Latin»,
donde ocupa sucesivamente alojamiento en un hotel de la rue Poissoniére en casa de un aragonés, de la rue Eugbien 28.
El 18 de octubre de 1859, a las seis de la
mañana daba mi adiós a Madrid y partía para Granada, adonde llegué el 20 entre
once y doce de la noche después de un viaje muy pesado. Hasta Tembleque, que
son quince leguas de Madrid, nuestra diligencia fue montada en un carro del
ferrocarril.
Allí la apearon, y las
tardías mulas sucedieron a la veloz locomotora, mientras el tren continuaba su
viaje a Alicante. Se encuentran muchos pueblos, de los que el más notable, por
sus recuerdos históricos solamente, es Bailén.
Salimos de Tembleque a las
once del día, y entre siete y ocho de la noche, cuando aún no nos habíamos
apartado dos pasos de un pueblo de la
Mancha , que se llama Manzanares, se rompió una rueda del
coche y casi volcamos.
Nos consolamos viendo que
nos sucedía este percance en un pueblo, y no de los peores, y no en un
despoblado, lo que habría sido muy crítico, porque la noche era oscurísima,
llovía, el camino estaba lleno de lodo y nuestros estómagos vacíos.
A la madrugada del día
siguiente tomamos chocolate en Bailén; pasamos por Jaén y otros muchos pueblos,
y llegamos a Granada a la hora que llevo dicho.
Calle Mesones a comienzos del Siglo XX |
Esta ciudad es deliciosísima
por su situación y paseos. La ciudad en sí misma es un tanto fea, y hasta dos
tantos no muy aseada, con un no sé qué de lóbrego. Sus calles son muy angostas,
y algunas en tal extremo, que casi pudieran ir dos amigos de bracero, uno por
cada acera.
Cuando pasa por ellas un coche
particular, parece visto a la distancia un helado compacto o una gelatina que
se va desprendiendo del molde suavemente.
Fotografía del Corral del Carbón hacia el año 1892 |
Los encantos del Generalife
y la Alhambra ,
y otras bellezas pintorescas de Granada, junto con las exquisitas atenciones de
la culta familia a quien fui recomendado, me detuvieron sin embargo por varios
días.
Bajo mis ventanas en la
fonda de Minerva, corría el Darro, pobre en aguas, rico en barro, al menos en
esos días otoñales que eran los últimos de octubre. Cada vez que me asomaba a
ellas, y aún hallándome a mucha altura sobre el suelo, una multitud de
mendigos, plaga abundante y enojosa de toda España, comenzaba a gritarme desde
la calle: «¡Señorito!» Bajaba la vista sorprendido, y tenía que tirarles alguna
moneda o que retirarme de ellos.
Fotografía de principios del siglo XX del río Darro |
Llevan como instrumento de
apoyo o báculo, aunque yo creo que es por lo que 'potest contingere', un largo y
grueso garrote en la mano.
Los andaluces, viejos,
jóvenes y niños, aristócratas y plebeyos, andan todos siempre con capa. Muchas
de los plebeyos podrán ser muy honrados; pero embozados en estas capas, con
vueltas rojas de grana generalmente, parecen todos unos bandidos.
El caballero a quien iba yo
recomendado, don Joaquín Fernández de Prada y Praga, vivía en la calle de Mano
de Hierro, número 12.
Hallándose ausente de la
ciudad, sus hermanas le hicieron venir del campo adonde estaba, y desde el día
siguiente a su llegada se constituyó en mi perpetuo Cicerone.
Todas las mañanas venía a la
fonda en su cupé, y me llevaba a visitar las varias curiosidades de Granada.
De noche volvía y pasábamos
al teatro, al palco de otra hermana suya, casada, y con dos niñas muy lindas y
un varón, que como una de las hermanas solteras, había nacido en Lima.
Mientras estuve en Granada,
no viví sino en el Perú, porque la conversación constante era Lima, la hacienda
de Larán (valle de Chincha) y finalmente, o más bien dicho y principalmente, su
administrador el simpático caballero don Antonio Fernández Prada, que veinte
años después debía perecer bárbaramente asesinado por sus propios negros en los
horrores de diciembre del año 79. Todos los Pradas de Granada estaban muy
enterados de nuestras costumbres y modo de hablar.
Palacio del Cuzco, residencia de verano del arzobispo de Granada, nacido en Arequipa (Perú) y situado a una legua de Granada, en el pueblo de Viznar. |
Vi cuanto había que ver en
esa ciudad y sus cercanías, hasta un palacio arzobispal, que como la mayor
parte de los llamados palacios de Europa, no era más que una de nuestras casas
grandes. Estaba situado en un pueblecillo (Viznar) a una legua de Granada, y si
algo tuvo para mí de interesante, fue el ser obra y mansión de un arequipeño,
Obispo de Arequipa, después del Cuzco, y posteriormente de Granada, de
apellidos Moscoso y Peralta.
Portada del patio del Palacio del Cuzco de Viznar (Granada) |
Está pintado el bajo con frescos relacionados con Don Quijote.
El 31 de octubre de 1859, a la una del día,
salí de Granada, acompañándome hasta el coche don Joaquín, un sobrino suyo,
Pepe Vasco, y un señor Deiste o Beiste gran amigo de la casa y a quien debí
muchas atenciones.
Como el camino recto de
Granada a Sevilla es casi intransitable, tomé pasaje hasta Bailén en la
diligencia que parte para Madrid, y llegué a la histórica ciudad a las cuatro
de la mañana.
Como el camino recto de
Granada a Sevilla es casi intransitable, tomé pasaje hasta Bailén en la
diligencia que parte para Madrid, y llegué a la histórica ciudad a las cuatro
de la mañana. Esperé una de las diligencias de Madrid, y a la una de ese mismo
día 19 de noviembre, volví a ponerme en marcha llegando a Córdoba a las cuatro
de la madrugada también. Me acosté, a las seis me levanté: tomé asiento en el
tren, y a las once del día llegué a la ciudad del Betis, yendo a hospedarme al
Hotel de Madrid, en la calle del Naranjo.
Sevilla es infinitamente
superior a Granada, por ser una verdadera ciudad. Sus calles que me habían
ponderado de muy angostas, lo son menos que las de Valencia y Granada, y tiene
muchas tan anchas como las de Lima.
Son limpias y bien
empedradas, y las aceras, aunque no sean muy anchas, llenan su objeto y no
parecen meros rebordes o ribetes de los edificios como en Granada. Las paredes
y frontis están muy bien blanqueados, y las casas dispuestas como las de Lima,
con puerta de calle grande y de dos hojas, y zaguán y patio, aunque mucho más
pequeños que los de por acá.
Bruno Alcaraz Masáts.