Historia de “El Coño de la Bernarda”
Una historia granaína de
pura cepa y desconocida era su procedencia, pero procede del lugar de Artefa, villa cercana a Trevélez, en la Alpujarra granadina.
Al parecer, una mujer, de nombre Bernarda, de la que se decía que era hija natural
del rey musulmán Aben Humeya, y nacida en torno a mediados del siglo XVI, en Artefa,
pequeño pueblo, era una reconocida santera;
a caballo entre ambas religiones, en unos tiempos difíciles, recorría las calles de Artefa armada con sus
tablillas de oraciones, mezcla de versículos coránicos y cristianos (quizás la
única depositaria de los famosos Libros Plúmbeos del Sacromonte), y era la
sacristana de la pequeña ermita en la que los Artefaños guardaban y veneraban la imagen reverendísima del Señor del
Zapato.
Aunque la fama, como hemos dicho, le
venía de santera, que lo mismo
enderezaba la pata torcida de un cordero, como remediaba las más diversas
dolencias, como dirigía los rezos en ausencia del cura… por lo que era,
ciertamente, mujer conocida y querida entre sus vecinos.
Una
buena noche la mujer fue sorprendida por unos toques en la puerta de la pequeña
ermita, en
la que de común solía habitar, en una pequeña dependencia aneja.
Asustada abrió la puerta y vio que, embozado en su capa, no sabiendo muy bien si por el frío, o por salvaguardar su intimidad, se encontraba D. Aurelio del Alto Otero, a la sazón segundo Conde de Artefa, que venía, pese a lo alto de la madrugada, a solicitar su consejo, ya que, según él, había tenido un sueño que le tenía profundamente alterado:
Asustada abrió la puerta y vio que, embozado en su capa, no sabiendo muy bien si por el frío, o por salvaguardar su intimidad, se encontraba D. Aurelio del Alto Otero, a la sazón segundo Conde de Artefa, que venía, pese a lo alto de la madrugada, a solicitar su consejo, ya que, según él, había tenido un sueño que le tenía profundamente alterado:
‘’Tuvo una visión en la que vide los graneros de Artefa
todos vacíos, y secos, con homnes e mulleres famélicos, que ploraban lagrimas a
sus puertas y nadie podía façer nada… de repente, en medio de todos
eles, aparecíase el Conde mesmo,
lamentándose por la suerte de las gentes de su pueblo, y sin poder façer nada,
alzaba los ollos al cielo esperando una respuesta, aparecióse entonces
la
figura, que él creyera de San
Isidro Labrador,
y una voz en el cielo que decía
desta manera:
''San Isidro, labrador,
quita lo seco y devuélvele la verdor…''
Sorprendióse la buena mujer con el relato del Conde y contóle que ella había tenido otro sueño parecido, una noche en el que se acostó apesadumbrada por haber dedicado su vida a los demás, no haberse casado y no haber tenido hijos, pues, según ella:
“No
es buena la mujer de cuyo higo non salen fillos”
pero que en ese momento, apareciósele, de semejante manera, en su habitación, la figura de San Isidro labrador que metiéndole la mano en la raja, de donde gustóse tanto la santa mujer que creyera entender por fin el significado de la expresión “tener mano de santo” y al punto casi de morir, por el arrobamiento experimentado, creyó ella oír, por boca del santo labriego, la misma expresión:
San
Isidro, labrador, quita lo seco y le devuelve el verdor…
Tras compartir su sueño con el Conde dijóle que:
“las
cosas del Senyor no son para los ignorantes entendellas, por eso fuera la
divina misericordia las que las desentrañase, si plúgole a Dios esa gracia”.
El
Conde se fue, casi con la misma duda que traía, pero lo cierto es que, desde su
entrevista con Bernarda, las cosechas de Artefa se sucedieron sin parar y no
hubo la hambruna temida
por el Conde a raíz de su sueño. Por eso, el Conde, hombre religioso y devoto donde los hubiera, compartió el
secreto de su visita a donde la Bernarda, con el cura del lugar D. Higinio Torregrosa,
quien, en la homilía del día siguiente, se dedicó a cantar, desde el púlpito,
las alabanzas de Dios que tantos
“bienes
e menesteres plugóle mandar sobre esta sancta terra nuestra de Artefa, por
mediación de la muy noble, e sancta muller de Bernarda, o más bien, por medio
del figo della, o sea, del coño suyo benedito”.
Con todo, había un artefaño, conocido
como Manolico, el Tontico, que se pasó
todo el día, en la plaza del pueblo, gritando a voz pelada:
“que non se creyera lo de la sancta Bernarda, que ninguna muller es sancta por donde mea, así en el infierno arda”.
Indignada Bernarda con estas palabras mandólo traer a su presencia y allí, en la intimidad de la ermita díjole:
“Mete tu mano en el coño bendito, a ver si miento, en lo que siento,
y sea tu escarmiento”.
Hízolo así el pobretico Manolico, El
tontico, que desde entonces, pues nadie
vio el milagro escondido, se hizo el más célebre predicador del figo
benedito de su paisana Artefaña por toda la Alpujarra
granadina.
Las bendiciones se sucedían sobre el
pueblo de Artefa, diciendo las crónicas
que:
''todos
los homnes, e mulleres, de los derredores, allegábanse a casa la Bernarda, a
tocar su coño benedito, y por doquiera la abundancia manaba: las mulleres daban
fillos sietemesinos fuertes como cabritillos, y las guarras parían cochinillos
a porrillo, las cosechas se multiplicaban y hasta las gallinas empollaban
ovos
de sete yemas…”
Más Bernarda murió, como corresponde a todo ser mortal, y la enterraron entre
gran llanto y duelo de sus gentes, que a partir de ese momento, como maldecidos por la ausencia de la buena mujer,
sufriéron en sus carnes todo lo que aquella, quizás en vida evitara: Terremotos,
abortos en el ganado y las mujeres, cosechas baldías, todo parecía perderse y
la vida se malograba en Artefa…
Sin embargo cuenta la leyenda que un
buen día que:
“Una
muller del pueblo, ploraba lagrimas de seus ollos al sepolcro della, vióse
sorprendida por unas luminarias que ascendían del sepolcro, asustada e enloquecida corrió a presencia del señor cura párroco,
que ordenó desenterraran el corpo morto de la Bernarda, hallando, todos
los presentes, con el Notario de Artefa al frente, que la Bernarda polvo era, como es la suerte de nuestros padres, salvo su
figo incorrupto, rojo y húmedo qual breva”.
El
párroco, D. Higinio Torregrosa ordenó el traslado del despojo santo a la
parroquia, donde enseguida lo colocaron en un relicario, llamado desde entonces
el Coño de la Bernarda,
por la urna de oro y la forma de lo que dentro conservara… y que no hubo nadie que al contacto del relicario no recuperara la
abundancia en cualquier empresa que emprendiera.
Tanta fe le tenían en Artefa al coño
de la Bernarda que el propio párroco, y
siempre según las crónicas:
“Decidió,
junto con el Ajuntamiento de la ciudad, elevar el asunto a la disquisiçión de
los notables de la Sancta Madre Ecclesia Metropolitana de Granada, solicitando
si pluga a ella, la sancta e pronta canonizaçión de la santa Bernarda de Artefa”.
Al parecer, el por aquel entonces Arzobispo de Granada, D. Pedro Castro Vaca y
Quiñones, más preocupado en vigilar de cerca de los moriscos falsamente
convertidos a la “fe verdadera y noble de nostro
Senyor IesuChristo”, y alentando a la
Inquisición, no estaba mucho por la labor de apoyar una petición de canonizar a una santera nada más conocida
en su pueblo, amén de que, como
expresivamente decía la misiva, remitida al Ayuntamiento de Artefa:
“Dicen
los senyores teologos e dominicos desta Ecclesia de Granada que nunca oyóse en
toda la christiandad, que el Senyor Papa gobierna, y Christo benedice, que nada
bueno saliera del coño de una muller, a no ser el Senyor mesmo IesuChristo, de
su Sancta Madre, con todo Virgen, e que por eso la devoçión popular del coño de
la Bernarda era cosa perniçiosa que devía ser desterrada, so pena de mandar la
inquisición a façer las pesquisas oportunas.”
Con tal respuesta, D. Higinio Torregrosa, según siempre las
crónicas:
“Una
noche del 9 de Abril, del año de Nuestro Senyor IesuChristo de 1.609, alumbrado
solo por dos candelas, y con el Notario por unico testigo dello, colocó
el
sancto reliquario del coño de la Bernarda, tras un emparedado debaixo de la
ventana de la Sacrestía, donde permaneciera hasta que la Ecclesia mudara su
razonamiento sobre este singular suceso, y asi la buena Bernarda trajera
de nuevo
la bendiçión sobre el pueblo della.”
Y no sé si verdad o mentira, esto es lo que se cuenta del célebre ''coño
de la Bernarda'', con todo, si
queréis saber algo más de la historia,
podeís leer la crónica, que en su día redactara D. Higinio Torregrosa titulada:
“Relación
de las cosas verdaderas que acotescieron en Las Alpuxarras en lo que se refiere
á una piadosa muller llamada la Bernarda, y al coño della, que fizo grandes
milagros para la gloria eterna de Dios nuestro Senyor y de la Sancta Madre Ecclesia,
escrita por el Licenciado Higinio Torregrosa, Cura Propio
de la Ecclesia del
Sancto Christo del Zapato desta ciudád de Artefa”.
En
una iglesia del lugar de Artefa, cerca de Trevélez, en La Alpujarra de Granada, tras el falso muro que el cura mandó
construir, quedó el coño incorrupto de la Bernarda, introducido en un relicario
de oro con brillantes. Junto a la urna se guardó también la crónica que el
mismo cura escribió para memoria perdurable de
"... las cosas verdaderas que
acontescieron en Las Alpuxarras en lo q se refiere á una piadosa mujer llamada
la Bernarda, y al coño de ella, que fizo
grandes milagros para la gloria eterna
de Dios nuestro Señor…"
El
cura compensaba de este modo la obediencia debida al Arzobispo, que denegó la
santidad pedida para la Bernarda y prohibió la exhibición de su relicario en el
altar mayor so pena de castigo inquisitorial.
La
mujer, adivina y curandera, no había sido cristiana vieja, y tanto curaba con
el Corán como con las Sagradas Escrituras en aquella Granada del siglo XVI.
Lo cual no fue obstáculo para que su tumba ya olvidada fuera lugar de culto y peregrinación.
Páginas: 464
ISBN: 9788499701103
Código interno: 90196
Formato: 16x24 Rústica
Colección Fuera de colección
Precio: 18 €
Bruno Alcaraz Masáts
Lo cual no fue obstáculo para que su tumba ya olvidada fuera lugar de culto y peregrinación.
Libro recomendado:
Fecha de publicación: 15/11/2011